martes, 14 de octubre de 2008

Tirando a dar

Silencios y denuncias

Juan José Tapia Bastién


El pasado 2 de octubre se cumplieron 40 años de los eventos más representativos de la intolerancia que la clase política mexicana ha mostrado contra la población a la que se debe y de la que se alimenta.
A la luz de los años, y con los remordimientos de conciencia, los autores principales de los asesinatos y de la represión -unos ya muertos- fueron reconociendo sus culpas unos, y echando la culpa de todo a los que fueron muriendo. Luis Echeverría Álvarez siempre dijo que el responsable de todo había sido Gustavo Díaz Ordaz, pero sólo lo hizo hasta que el segundo murió. Ahora reconoce su culpabilidad pero no es suficiente. Responsables son todos los que en esos años participaron: desde los que ordenaron algo contra los ciudadanos como los que ejecutaron esas órdenes. Pero los que no tiene ningún tipo de perdón, son aquellos que guardaron y siguen guardando silencio sobre los desaparecidos. ¿Qué tipo de responsabilidad, y de castigo, tiene y merecen los que permanecen callados y saben en dónde y cuantas personas ocultaron o asesinaron? Y no sólo tienen compromiso con la sociedad y con la historia los ejecutores de desapariciones y muertes, también lo tienen los que sabiendo algo, lo han ocultado. Han dejado pasar lo que a nadie nos gustaría que nos pasara.
La justificación que desde luego se encuentra para estos tipos de silencios, es decir que los amenazaron, que lo hacen por la seguridad de sus familias pues les advirtieron claramente de la peligrosidad de lo que supieron e hicieron.
Es comprensible que por la familia se hagan o se dejen de hacer las cosas. Pero también hay formas de dar a saber lo que se quiera si se tiene la voluntad para ello. Después de este tiempo, los que no quieren hablar son, como desde el principio, cómplices de los asesinos.
Los gobiernos de todos los tiempos se han basado y se basarán en la gente a la que gobiernan, pero a esta la toman en cuenta nada más para que contribuya con sus impuestos y para que les aplaudan cuando andan en campaña tras algún puesto. Ya en el puesto, las personas salen sobrando, las decisiones y las acciones se toman y dan con la participación de poquísimas personas, quienes casi siempre anteponen su provecho al de otros.
Pero el poderoso sabe que siempre tiene a la población a su servicio. Hasta que esta se cansa. Cuando las cosas no andan bien, las pérdidas se reparten entre toda la sociedad, siempre y cuando los del poder no se cuenten entre esa sociedad. Las cosas se planean de forma que las ganancias se repartan entre pocos y, si hay pérdidas, se repartan entre todos.
¿Qué pensaron los de la cúpula cuando decidieron los términos en los que se planteó la reforma energética? ¿O cuando diseñan las reglas de operación de programas de gobierno para apoyar al campo? ¿No saben todavía que esos apoyos llegan tardísimo y casi siempre se favorece a los que tienen más recursos? ¿Qué, con todo y que se sabe de su lealtad y disciplina, se pensó cuando incrementaron los salarios de los militares en un porcentaje -40%- que es como una invitación para entrar a la milicia cuando los demás sueldos están por el suelo? ¿Y qué tomaron en cuenta cuando decidieron aliarse gobierno y SNTE para conducir la política educativa cuando ni la secretaria es maestra ni Elba Esther piensa en los maestros y alumnos para decidir?
La movilidad gubernamental se da sólo para buscar justificación. Si las cosas resultan bien, se dejan los cambios pero si hay problemas, los costos se pagan por los más débiles.
Las reformas mal planteadas, las decisiones erróneas y las alianzas entre antagónicos se ha dado con la intención de que no prosperen para que siga habiendo desorden. El desorden genera dividendos que, en esos niveles, son muy altos. Dividendos que no sólo son económicos sino también de orden político, para asegurar la continuidad en el poder pues la existencia de los malos justifica la existencia de los buenos en la relación de contrapartes. Por ello no se toman en cuenta las opiniones de los que serán afectados con lo que se determine, pues esto supone que se tomará la mejor decisión y eso no es lo importante sino buscar la aceptación de lo inconveniente aunque de sobra se sabe que los afectados no guardarán silencio, que no será como hace cuarenta años cuando el silencio fue el reinante. Ahora no habrá bocas cerradas cuando haya algo que  no sea aceptable. Y no se debe tener extrañeza por esto, ¿qué no son los gobernantes quienes piden que la población participe con sus denuncias para acabar con la inseguridad? Pues ahora se deberá atender la protesta contra lo que no se quiere ni en lo energético, ni en lo agrícola ni en lo educativo. Una protesta que día a día va creciendo. 

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