jueves, 5 de febrero de 2009

Estados Unidos, nacidos para dominar

Territorio arrebatado a México por Estados Unidos

México ha pagado y lo sigue haciendo, su estrecho vínculo hacia los gobiernos y políticas de Estados Unidos. El hecho más vergonzoso de la relación fue la pérdida física de territorio, prácticamente robado por los vecinos del norte, situación que ahora continúa, adecuada a los tiempos y por vías diferentes a la armada, con el resquebrajamiento de nuestra soberanía nacional. 

En este reporte se hablará de manera somera de algunos pasajes relevantes sobre la forma como la Unión Americana alcanza sus objetivos en una visión de largo plazo, usando todos los recursos a su alcance, y la afectación directa a nuestra república. 
También de la estratégica alianza establecida entre los partidos Revolucionario Institucional (PRI), y Acción Nacional (PAN), que en este 2009 cumple dos décadas de hacerse de manera abierta.
Precisamente acerca del último punto, hoy vivimos el sistema de mandato presidencial estadounidense donde dos partidos políticos se rotan en el gobierno. Aquí son tanto el PAN como el PRI, sin dejar la más mínima posibilidad de acceder al poder, como lo mandata EU, a quien represente la izquierda política, que vio sus máximas oportunidades de hacerlo en 1988 y más reciente en el 2006, y ahora, después de años de obtener migajas electorales parece amoldarse al régimen bipartidista con Jesús Ortega Martínez colocado en la dirigencia nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Ya desde inicios de los 80 se habló con más frecuencia de que las administraciones mexicanas se supeditaban económicamente a sus similares de Estados Unidos, lo cual se hizo patente a raíz de la llegada de Miguel de la Madrid Hurtado (diciembre 1982-noviembre 1988) y al equipo detrás de él encabezado por su sucesor Carlos Salinas de Gortari y su eminencia gris Joseph Marie Córdoba Montoya. Incluso, en 1989 se da la primera gubernatura a la entonces oposición de derecha, se instaura parte de su proyecto de gobierno tras el convenio entre ambas instituciones políticas, y en contraparte la izquierda es reprendida y le escamotean más de uno de sus triunfos electorales.
Sin embargo, el asunto de la incursión gringa viene de más atrás, del siglo XIX cuando mientras los presidentes de EU sabían lo que querían, los de México ni siquiera se ponían de acuerdo para decidir quién ocupaba el mayor puesto del país, con la consiguiente inestabilidad que a final de cuentas condujo a la pérdida de casi la mitad de nuestro territorio, donde también hubo graves traiciones (Antonio López de Santa Anna, el claro ejemplo).
Ahora ya no son las guerras armadas o el despojo físico del territorio la vía, sino la comercial, incluyendo en ella aspectos de “seguridad”, laboral, y otros relativos al “intercambio” de bienes y recursos naturales. De esa manera hoy se pierde la soberanía mexicana en un calculado proceso operado por los vecinos del norte, desde los cuantiosos y frecuentes préstamos de organismos multilaterales como el Banco Mundial (BM), Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y Fondo Monetario Internacional (FMI) -el que presta pone las condiciones-, hasta la firma, pública o en secreto, de acuerdos entre ambas naciones. Todo con la complicidad de los partidos gobernantes (PRI-PAN).
Con el arribo del Demócrata Barack Obama a la Casa Blanca desde el pasado 20 de enero hay quienes creen que la situación hacia México cambiará en relación a su antecesor George Walker Bush, empezando por el ámbito de los migrantes e indocumentados que cruzan la frontera hacia el sueño americano. Conviene recordar que un país como EU, con un acentuado complejo de superioridad, racismo y dominación hacia su vecino sureño prácticamente desde su consolidación como país, tiene en la mira controlar a todo el mundo, como lo hace ya, y nuestra república no es la excepción; ir contra eso sería abandonar su naturaleza cuando tiene los hilos del poder firmemente agarrados, y no los soltará por decisión propia, pues para eso nacieron.
Ni Demócratas o Republicanos se han salido de ese guión escrito por la misma Providencia, como elegidos de Dios que se creen los presidentes de la Unión Americana, y así se ha visto en la historia que los llevó a ser la nación más poderosa del orbe. Por ejemplo, el Demócrata Bill Clinton, compañero de partido de Obama, fue el que a final de cuentas firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con su homólogo mexicano Carlos Salinas, en negociación iniciada por el Republicano George Bush padre, lo cual se traduce en la pérdida, por citar sólo un caso, de nuestra soberanía alimentaria. 
Ellos sí saben para qué gobiernan, y los presidentes mexicanos también… para obedecer los dictados de los estadounidenses, así sea entregando la mitad del territorio y los recursos estratégicos (petróleo, energía, agua y muchos etcéteras), así como permitir que un extraño enemigo profane nuestro suelo en busca de frenar el narcotráfico o cualquier otro pretexto.

El robo del siglo

Los jerarcas de Estados Unidos han sabido leer las posibilidades más allá de su terruño en mero afán de riqueza. Iniciaron el Siglo XIX comprando a los franceses el territorio de la Luisiana (en 1803), que comprendía poco más de dos millones de kilómetros cuadrados, y los territorios de los actuales estados de Arkansas, Missouri, Iowa, Oklahoma, Kansas, Nebraska, Minnesota al sur del río Misisipi, gran parte de Dakota del Norte, casi la totalidad de Dakota del Sur, el noreste de Nuevo México, el norte de Texas, una sección de Montana, Wyoming, Colorado al este de la divisoria continental, y Luisiana a ambos lados del río Misisipi, incluyendo la ciudad de Nueva Orleans. Así, del espacio original de sus 13 colonias ubicadas en la Costa Este, colindante con el Océano Atlántico y Canadá al norte, crecieron hacia el centro y alcanzaron una parte de acceso hacia el Golfo de México.
16 años después indemnizan a España por apropiarse de La Florida Occidental y la Occidental, con lo cual controlan completamente el tránsito por el Golfo de México, Océano Atlántico y prácticamente tienen a su alcance a Cuba. Pero faltaba llegar a la otra costa, al Océano Pacífico y avanzar al sur.   
En tanto, México alcanzó en 1821 su independencia de la corona española, y apenas al siguiente año el entonces presidente de EU James Monroe envió a Joel Roberts Poinsett ya con el propósito de buscar expandir la frontera hasta Tejas -luego pasó a ser Texas-, Nuevo México y California. Desde 1820, cientos de inmigrantes liderados por Moisés Austin van al territorio tejano, bajo el argumento de ser originarios de la Luisiana española comprada a Francia en 1819, y se mezclan con los pocos nativos.
La Constitución mexicana de 1824 coloca a Tejas y Coahuila como un solo estado, cuya capital es Saltillo; pero Austin, con evidente apoyo de EU, busca más tarde la separación y la declaratoria de independiente, lo cual se alcanza en 1836 cuando los anglo-tejanos eligen presidente a David G. Burnet. Entonces, Antonio López de Santa Anna, que había asumido una presidencia de corte centralista, va a sofocar la rebelión, pero es derrotado y aprehendido por Samuel Houston. Además obligado a firmar los Tratados de Velasco, donde el “César mexicano” acepta la independencia de Texas, y su límite con México hasta el Río Bravo, cuando antes era el Río Nueces, más al norte, situación rechazada posteriormente por nuestra nación arguyendo que la firma de Santa Anna en calidad de prisionero no demostraba su legalidad.
James Knox Polk llega en 1844 a la presidencia de Estados Unidos con la promesa de llevar a Texas a propiedad de la Unión Americana, y un año después el congreso de ese país aprueba la anexión. En 1846 estalla la guerra México-EU, que se prolonga hasta mayo de 1848 cuando se firma el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, mediante el cual nuestra república cedió casi la mitad de su territorio: La totalidad de lo que hoy son los estados de California, Arizona, Nevada y Utah, y parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming. EU pagó como indemnización 15 millones de dólares.
Juega un papel preponderante en esta entrega Santa Anna, primero al perder la batalla con los independientes texanos y su pacto de ceder ese territorio hasta el Río Bravo, y luego al pactar desde su exilio en Cuba con el presidente James Polk, en 1846, la cesión de los demás estados “vendidos” en 1848, y una guerra ventajosa a los estadounidenses. Se suma el factor de un México dividido, pues entre 1843 y 1848 hubo nueve diferentes presidentes, Antonio López de Santa Anna tres de las 11 veces que se ostentó como ejecutivo, y así resulta presa fácil a la voracidad extranjera
Otro de esos presidentes de facto, Mariano Paredes Arrillaga, pretendió que ante la falta de capacidad para que los mexicanos fueran gobernados por mexicanos, mejor se trajera a un monarca español a cumplir esa difícil encomienda.
Una frase lapidaria del auditor de guerra Miguel Bataller en 1821 cuando se proclamó oficialmente la independencia de nuestra república refleja la situación: “No puede darse a los mexicanos mayor castigo que el que se gobiernen por sí mismos”.
Para 1853, Santa Anna, ya para despedirse definitivamente de la presidencia de México vende el territorio de La Mesilla a EU, punto fronterizo idóneo de ingreso mercantil por tierra al país vecino del norte. Entonces Estados Unidos tenía dominio de su Costa Oeste colindante con el Océano Pacífico, pues además en 1846 conviene con Gran Bretaña el terreno de Oregon (además del señalado, los estados de Idaho y Washington), que pasó a ser propiedad exclusiva de los estadounidenses.
De esa manera tenían dominio de los dos océanos (Pacífico y Atlántico), Golfo de México, y en California, otrora parte mexicana, el mismo año de la anexión se descubren ricos yacimientos de oro. Tiempo después, grandes yacimientos de petróleo en el antiguo Texas mexicano y otras entidades de EU, que aprovecha el asunto para iniciar, a finales del Siglo XIX, un despegue económico con hombres como Jhon D. Rockefeller manejando el proceso completo de esa incipiente industria, y después Henry Ford complementándolo tras la fabricación de vehículos automotores.
En nuestra nación también se dan descubrimientos del oro negro, pero debido a la inestabilidad todavía prevaleciente, entran las compañías estadounidenses, británicas y de otras latitudes a manejar ese recurso, una vez más alegando incapacidad de los mismos mexicanos para conducir su destino. Ya había llegado y muerto Benito Juárez, y se mantenía la dictadura de Porfirio Díaz.
Mientras EU seguía su plan anexionista. En 1867 compra Alaska a Rusia, y las Islas Midway; producto de la guerra con España, en 1898, toma los territorios de Puerto Rico, Cuba, Filipinas, y al año siguiente remata al apoderarse de las Islas Wake. Terminaron el Siglo XIX con posesión de buena parte del Océano Pacífico.
Sin embargo, los mandatarios de Estados Unidos preveían un difícil acceso para exportar y recibir productos desde su costa este al Océano Pacífico, por lo árido del terreno y el costo económico alto en la zona oeste. Vieron nueva oportunidad de negocio con su vecino del sur, que se encontraba en guerra entre liberales y conservadores, y el 14 de diciembre de 1859 firman en Veracruz el Tratado Mc Lane-Ocampo, por el apellido de los respectivos representantes de los presidentes James Buchanan y Benito Juárez, a través del cual se cedía a perpetuidad el derecho de tránsito y comercio a los estadounidenses por el Istmo de Tehuantepec, con lo que podrían cruzar sin trabas del Océano Atlántico al Pacífico y viceversa. 
Adicionalmente, el acuerdo signado entre Robert Mc Lane y Melchor Ocampo, garantizaba derechos de paso por dos franjas de tierra mexicana: una, de Sonora desde el puerto de Guaymas en el Mar de Cortés, hasta Nogales, en la frontera con Arizona; y la otra del puerto de Mazatlán, en el estado de Sinaloa, pasando por Monterrey, hasta llegar a Matamoros, Tamaulipas, al sur de la actual Brownsville, Texas, en el Golfo de México.
La venta fue por cuatro millones de dólares, aunque en realidad sólo dos millones pues los restantes quedarían en poder de EU, previendo los pagos de demandas de sus ciudadanos  contra el gobierno mexicano “por daños a sus derechos”. Pero finalmente el Congreso estadounidense no lo avaló, por encontrarse a punto de estallar su guerra civil y observaron que un tratado así favorecería a los estados del sur. Eso impidió el nuevo atraco a nuestra soberanía.
Pero las autoridades de la Unión Americana insistían y entrando el Siglo XX aprovecharon la coyuntura para ayudar a Panamá a construir su famoso canal interoceánico. Francia se adelantó desde 1881 al firmar un convenio con Colombia, a la cual pertenecía Panamá, aunque la difícil orografía, el clima, que desembocó en malaria a los constructores franceses, y la carencia de recursos económicos dio por concluido el ambicioso proyecto.
Entonces, EU al ver rechazo por parte de Colombia para ser quien concluyera el canal, maniobra para que Panamá se independice y sea una república propia en 1903, con lo cual obtiene la concesión para construir la obra, que reinicia un año después y culmina en 1914 cuando se firma el compromiso de utilización, a perpetuidad, del libre tránsito de las mercancías estadounidenses entre el Atlántico y el Pacífico. No es sino hasta 1977 por medio del Tratado Torrijos-Carter, que se devuelve a los panameños el control del canal a partir del 31 de diciembre de 1999.
Ya para ese año el canal centroamericano era insuficiente para el tráfico comercial, y Estados Unidos tenía otras vías mercantiles.

Las nuevas formas

La revolución mexicana inició en 1910 tras los más de 30 años de mandato de Porfirio Díaz, que junto a su secretario de Hacienda José Yves Limantour abrió a estadounidenses y otros extranjeros el manejo ferrocarrilero, petrolero y de más bienes nacionales, sin que la inyección de recursos se viera reflejada en la población mayoritaria, que permaneció miserable, además de analfabeta en su inmensa mayoría.
Vino luego una nueva fase de rebeliones y sucesión continua de golpes militares para derrocar presidentes hasta 1934 con Lázaro Cárdenas del Río cumpliendo por primera vez un periodo sexenal con el surgimiento del Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente del Revolucionario Institucional.
En 1924, el secretario de Estado de EU durante la presidencia de Woodrow Wilson, quien culminó su mandato tres años antes, escribió una carta al periodista J.C. Hearst en relación a la campaña de su cadena de periódicos para poner en la presidencia de México a un estadounidense y terminar la revolución mexicana, donde planteó lo siguiente:
“México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos. México necesitará de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un solo centavo o dispare un tiro, harán lo que queremos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros”.
Tal recomendación vista a nuestros días impresiona por su cumplimiento, donde los presidentes mexicanos y sus principales colaboradores de la etapa neoliberal se formaron en universidades estadounidenses y aplican sus postulados económicos, lo cual se abundará en la última parte del artículo.
Entre tanto, los gobiernos del vecino país del norte, luego de la segunda guerra mundial y tras frenar el desarrollo de la potencia asiática Japón con los ataques atómicos en aquella nación, consolidan a organismos crediticios para “ayudar” a los países en vías de desarrollo, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), creado en 1945, un año antes, aún con las acciones bélicas, el Banco Mundial, y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 1959. Claro que ellos mismos ponen las condiciones de esos préstamos, obligando a que se adopten sus medidas, que degeneran en crisis eternas, controlando de esa manera a las naciones supuestamente beneficiadas.
Argentina es el más claro ejemplo de las políticas de dichos instrumentos neoliberales, que se siguieron a pie juntillas a partir del arribo de Carlos Saúl Menem a la presidencia en 1989, con privatizaciones de bienes públicos, apertura comercial de productos extranjeros, y por ende el desmantelamiento del mercado interno, propiciando la pobreza de millones de personas.
Esas recetas, una década después generaron la mayor crisis económica contemporánea en el continente americano en dicha nación, que obligó a la renuncia de los presidentes Fernando de la Rúa (21 de diciembre de 2001), y a los pocos días de Adolfo Rodríguez Saá (30 de diciembre de 2001), por la inconformidad social que llevó a los argentinos a incrementar sus deudas, perder ahorros, entre otras cuestiones. Obviamente ocurrió una grave devaluación de su moneda y debieron suspender el pago de la agobiante deuda externa.
México, a través de sus mandatarios ha recurrido a esos apoyos, e igual sus postulados, en especial a partir de 1983 con Miguel de la Madrid Hurtado, quien privatizó empresas estatales como Fertilizantes Mexicanos (Fertimex); pero es en el periodo de Carlos Salinas de Gortari cuando se da el auge al vender a particulares Teléfonos de México (Telmex), y los bancos, entre los principales instrumentos estatales.
El problema agobiante de la deuda externa mexicana inició a raíz de la gestión de Luis Echeverría Álvarez (diciembre 1970-noviembre 1976), que motivó un círculo vicioso de prácticamente nulo crecimiento económico para cumplir con los pagos del débito. Con Miguel de la Madrid se acuerda con el FMI una “carta de intención” en sus últimos meses de gobierno, por lo que correspondió acatarla al siguiente mandatario.
La privatización de paraestatales, eliminación de subsidios a bienes y servicios, así como al sector agrícola, liberalización del comercio exterior, quitar restricciones a la inversión extranjera, eliminación de controles de precios, pero fijando tope al salario de trabajadores; política del tipo de cambio flexible. Además, para completar el inminente desastre, en el salinismo se firma el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá que entra en vigor en 1994, favoreciendo a grandes empresarios y extranjeros, ligados a trasnacionales y al propio EU, en detrimento de los pequeños productores de nuestro país.
Eso, aunado a la inestabilidad política tras los asesinatos del candidato presidencial priista Luis Donaldo Colosio, y de José Francisco Ruiz Massieu, propiciaron la crisis de 1994-95, ya con Ernesto Zedillo como presidente, y una vez más los favorecidos fueron macroempresarios, dándose el famoso rescate a banqueros, el Fobaproa, que a nuestros días mantiene elevada la deuda interna. Al mismo tiempo, las microempresas se ven orilladas a cerrar, enviando a millones de ciudadanos al desempleo, y otras más grandes a fusionarse con capitalistas externos.
Por si fuera poco, hay devaluación del peso, aumento de las tasas de interés, duplicando las deudas de mexicanos, y el incremento de productos básicos. En eso desencadenó seguir la “carta de intención” del FMI con las recetas del Banco Mundial, y entonces entra al juego el mandamás en turno de la Casa Blanca, el Demócrata Bill Clinton con un programa de “rescate” de 20 mil millones de dólares que obliga a entregar nuestro petróleo a las reservas estadounidenses como garantía del préstamo económico. 
También ese mismo 1995, y como parte de los compromisos contraídos con EU, legisladores del PRI y PAN, ya en amasiato, aprueban la reforma constitucional de apertura al sector privado nacional y extranjero en la transmisión, almacenaje y distribución del gas natural, y así ingresan Repsol, Unión Fenosa y otras compañías trasnacionales, muchas ligadas a Estados Unidos.
Más tarde, cumpliendo sus compromisos con Clinton, el FMI y el BM, privatiza los ferrocarriles, punto importante para la Unión Americana en el intercambio comercial, y una de las empresas beneficiadas es la Kansas City Southern, con lo que conducen vía férrea productos de Asía, por ejemplo, a través del puerto michoacano de Lázaro Cárdenas, limítrofe con el Océano Pacífico, hacia EU y viceversa, sin necesidad de cruzar las costas estadounidenses.
Otra es Union Pacific, de la que el propio Zedillo al terminar su presidencia en noviembre de 2000, se convirtió en accionista.
Este 2009 se cumplen 60 años del primer préstamo del Banco Mundial a México, y a la fecha el monto es de más de 40 mil millones de dólares a distintos proyectos como el Programa Escuelas de Calidad (PEC). El año pasado se firmó la Alianza Estratégica para México, que contempla un periodo de cuatro años, de 2008 a 2012, es decir, el término de la impugnada administración de Felipe Calderón Hinojosa, donde el BM compromete a “prestar” al menos 800 millones de dólares anuales durante los primeros tres años, y al último del convenio se reunirán para analizar un posible incremento de dicha suma.
Se consideran apoyos en programas agropecuarios, de sistema rural de ahorro, educativos, combate a la pobreza, y resalta el tema del cuidado ambiental, según el documento del organismo multilateral. Sin embargo, en las seis décadas de recibir estos préstamos, la pobreza se mantiene en más de la mitad de la población, supuesto objetivo de la ayuda, porque su propósito es un paliativo que calme el malestar, pero no lo cure, y aparte sirve como capital electoral, pues de esas recetas surgieron los programas Solidaridad, Progresa, Oportunidades, Procampo y Hábitat, cuyos créditos corresponde entregar al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), organismo del mismo corte.
Un círculo vicioso que mantendrá endeudado y comprometido a México indefinidamente con la aplicación de la política neoliberal, muy productiva para Estados Unidos y sus socios.
Dentro de ese plan de nuevo anexionismo de Estados Unidos se encuentra de igual manera el aspecto comercial. Por sólo hablar de nuestro continente, está para América del Norte el TLCAN, que ya desmanteló el sector productivo mexicano; la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), ligado a la intervención estadounidense en México; el Plan Puebla Panamá, anunciado en 2000 con Ernesto Zedillo, apoyado por sus sucesores panistas, y que el año pasado cambió a Proyecto de Integración y Desarrollo de Mesoamérica o simplemente Proyecto Mesoamérica, en donde ciertamente el país de la bandera de barras y estrellas no participa directamente, ya que lo integran México, Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Pero le servirá como medida de controlar el paso por todo el continente, y es financiado en parte por el BID.
Su componente esencial es la construcción de vías carreteras, ferroviarias, aeroportuarias, portuarias, y crear corredores logísticos interoceánicos, entre el Atlántico y el Pacífico, donde EU, promotor del plan, tendrá a su merced todo ese territorio. También se contemplan plantas de generación de energía eléctrica y fuentes alternativas (biocombustibles) en predios considerados reservas naturales, como los Montes Azules en Chiapas, y la extensión verde de Costa Rica, por citar dos casos.
Luego sigue Sudamérica con Colombia, donde Estados Unidos ingresó a partir de 2000 con la idea de auxiliar a ese país en la lucha contra el narcotráfico, que ha generado contaminación ambiental con fumigaciones, y mayor violencia y asesinatos a opositores a ese intervencionismo. Pero el objetivo fundamental del gigante de Norteamérica es posesionarse del petróleo y agua colombianos. 
Ahora está la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), que abarca a Brasil, Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Chile, Paraguay, Colombia, Guyana, Uruguay y Surinam, igual con un proyecto de integración a través de infraestructura en vías de comunicaciones, respaldado por el BID. Aquí, sin embargo, existe mayor oposición hacia EU con Venezuela, Ecuador, Bolivia, principalmente, pero el imperio tratará de inmiscuirse más en la región una vez fracasado el Área de Libre Comercio de América (ALCA), como lo hace por medio de sus bases militares enfrente de las costas venezolanas (Aruba y Curazao), en Paraguay, y el Comando Sur, observando lo acontecido en América del Sur.
Ésta es una breve historia de la visión de largo plazo de los gobernantes de Estados Unidos para dominar al mundo, que el flamante presidente Barack Obama seguramente continuará y podría verse en los próximos meses en México con la puesta en operación de la Iniciativa Mérida y la gradual incursión de militares y paramilitares estadounidenses en el combate al narcotráfico.

La alianza
  Recrudecida hoy la política neoliberal en México, ésta no se entendería sin la complicidad entre PRI y PAN en un momento donde a punto estuvo de entregarse la presidencia a la opción más cercana a la izquierda.
El pacto se logró el 27 de agosto del álgido 1988, a unos días de que se iniciara el proceso de avalar o rechazar el presunto triunfo electoral del priista Carlos Salinas de Gortari, cuando se reunieron éste último personaje, su entonces auxiliar en materia política Manuel Camacho Solís, con el dirigente del Partido Acción Nacional Luis H. Álvarez, y el aspirante presidencial Manuel J. Clouhtier quien, según el libro “1988: El año que calló el sistema”, de Martha Anaya, fue a regañadientes. El lugar fue la casa del empresario Juan Sánchez Navarro.
José Luis Salas Cacho, entonces coordinador de la campaña de Clouthier relató en el citado libro, que los panistas le plantearon que para “legitimarse” Salinas de Gortari debería implantar los proyectos de Acción Nacional, empezando por una nueva ley electoral imparcial, apertura económica, la privatización del ejido, de la banca, y entablar relaciones con la iglesia católica, además de instaurar un organismo defensor de los derechos humanos. Sólo así aceptarían que el candidato del PRI llegara a la presidencia, y así en la calificación presidencial por parte de los presuntos diputados federales la mayoría de blanquiazules se abstuvo de votar, con lo cual el PRI mayoriteó y declaró presidente electo a su correligionario.
Carlos Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos fueron de los impulsores principales de que Carlos Salinas se “legitimara en el poder”, y en efecto cumplió el pacto con los puntos  privatizadores expuestos, consiguió las reformas constitucionales de los artículos 27 y 130, y más adelante entre los nuevos aliados aprobaron la quema de 25 mil boletas electorales del proceso presidencial del 2 de julio de 1988, resguardadas y sin ser revisadas aún. 
Faltaba más. Las elecciones locales de 1989 en Baja California fueron ganadas por el candidato del PAN Ernesto Ruffo Appel, reconocidas por Salinas y así se convirtió en el primer gobernador de oposición. Luego, el mismo año, fue reconocido el triunfo del panista Francisco Barrio en Chihuahua, a la vez de escamotearse la presumible victoria del militante del incipiente Partido de la Revolución Democrática Cristóbal Arias Solís en Michoacán, tierra de fuerte arraigo cardenista; lo mas que lograron fue la renuncia del priista Eduardo Villaseñor a los 21 días de asumir el cargo, nombrando de interino al priista Ausencio Chávez Hernández, situación contraria en Guanajuato donde dos años más tarde Ramón Aguirre Velázquez fue obligado a renunciar y en su lugar quedó de interino no uno del PRI sino el panista Carlos Medina. Además, hubo más de 600 muertos del PRD en el sexenio y en el siguiente.
Las presidenciales de 1994 dieron el triunfo a otro priista, Ernesto Zedillo, candidato emergente tras el asesinato del aspirante inicial Luis Donaldo Colosio, cuando luego del debate entre aspirantes al ejecutivo federal el blanquiazul Diego Fernández de Cevallos despedazó al izquierdista Cuauhtémoc Cárdenas y al propio del PRI, pero inexplicablemente abandonó la campaña en el momento de llevar amplias simpatías y eso permitió que siguiera la hegemonía de partido único.
Seis años después arribó la derecha panista a la presidencia con el guanajuatense Vicente Fox, quien mantuvo en su gabinete a priistas formados en universidades estadounidenses como Harvard o el Tecnológico de Massachusetts, con visión neoliberal como lo previera en 1924 Richard Lansing. Resalta el caso de Alfredo Elías Ayub, desde el último año de Zedillo a la fecha con Felipe Calderón es director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), organismo público en plena privatización.
Ahora, en las elecciones presidenciales de 2006 Calderón Hinojosa refrendó el “triunfo” panista con apenas medio punto porcentual arriba del representante de la izquierda Andrés Manuel López Obrador en un proceso calificado de fraudulento, y donde una vez más pareció que venía el viraje de política económica en México como en 1988. Por supuesto que el panista michoacano sigue el postulado neoliberal dictado por el Banco Mundial como se refleja en el acuerdo signado en abril último entre las partes que abarca hasta el término de su mandato, como ya se anotó líneas arriba, aunque por la crisis de ese sistema trate de implementar acciones contrarias.
En las elecciones federales del próximo 5 de julio se verá que el método bipartidista estadounidense llegó para quedarse con la mayoría de diputaciones para PAN y PRI, muy pocas a la izquierda una vez más en pugnas propiciadas por el mismo gobierno al avalar, por ejemplo, a Jesús Ortega en la presidencia nacional del PRD cuando su órgano interno reclamaba la cancelación del proceso de elección. Y para 2012 se estaría configurando el eventual retorno del Revolucionario Institucional al poder presidencial, al cabo que no existe diferencia entre azules y tricolores, si es que organizaciones sociales independientes, que en sus acciones son los representantes de la izquierda mexicana no hacen algo.

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