No cabe duda de que la teoría siempre se cruza con la realidad, si sabemos leerla. Sucede que estoy trabajando con un grupo de maestría en Los Reyes y la semana anterior vimos a Paulo Freire con su pedagogía del oprimido que nos explica, de manera detallada, cómo gentes como Juan (Pérez), el jefe de Asesores de la SEE, cumple a cabalidad su papel de opresor.
Hay el problema de la deshumanización como realidad histórica, como resultado de un orden injusto que genera la violencia de los opresores, pero sí hay otra viabilidad, la humanización, en lo concreto, histórico, de la inconclusión del hombre.
La vocación de los hombres, de los sindicalistas de la CNTE hoy es negada en la injusticia, la explotación, la opresión, la violencia de los opresores.
La violencia de los opresores envía a los oprimidos a buscar su humanidad, a liberarse a sí mismos y liberar a los opresores, porque éstos no quieren entender que violentan, exprimen, explotan en razón de su poder, que sólo el renacer de la debilidad de los oprimidos libera a ambos.
Los opresores, falsamente generosos con sus cuates de la mafia nayarita como el charro negro, el malvado chocorrol, el enamorado platónico, el lagrimitas lilí y otros, manejando millones de pesos de la SEE, tienen la necesidad de que las cosas continúen así para que su generosidad de ser buenos se realice.
La verdadera generosidad radica en la lucha por la desaparición de las razones que alientan el falso amor, la falsa caridad, para que las manos se extiendan cada vez menos, trabajen y transformen el mundo, a los condenados de la tierra, a los oprimidos, a los desarrapados, que son parte de la lucha social de nuestra CNTE.
Ellos deben sentir mejor la necesidad de la liberación, que no va a llegar por casualidad, sino por la praxis de su búsqueda, por el conocimiento y reconocimiento de luchar por ella.
Esta lucha será un acto de amor con el que se opondrán al desamor de la violencia de los opresores. Nuestra Sección XVIII deberá rescatarlos aunque sea para mandarlos de regreso al reconocimiento del infierno de su traición al movimiento.
La pedagogía del oprimido debe ser elaborada con él, que haga de la opresión y sus causas el objeto de la reflexión de los oprimidos en su compromiso de luchar por su liberación.
Tienen que descubrir que alojan al opresor en sí, sólo así podrán contribuir a la construcción de la pedagogía de su liberación.
Los oprimidos en su lucha por la liberación, no deben querer ser opresores, porque sucede que se transforman en capataces, como Juan (Pérez), (Raúl) Morón y Aída (Sagrero), más rudos con sus antiguos compañeros que el propio patrón, porque la situación concreta de opresión no fue modificada, sólo se cambió a un mono por otro; encarnan al capataz, con mayor dureza y cinismo, a parte de suponer que los conocen mejor y dicen que ellos tiene más paciencia y más billetes para cooptar y traicionar.
La revolución que transforma la situación concreta de opresión en una nueva liberación, es aprovechada por los espíritus oprimidos, débiles, ahora en la cúpula, para hacer su revolución privada, y tienen miedo a perder la libertad de oprimir.
Los oprimidos que se introyectan la sombra de los opresores en sí, siguen sus pautas, temen a la libertad, no quieren la autonomía.
La lucha debe ser para expulsar de dentro de sí al opresor, ser actor de sí mismo, actuar, decir su palabra, transformar el mundo.
La liberación es un parto, nace un hombre nuevo que sólo es viable por la superación de la contradicción opresores-oprimidos, que es la liberación de todos.
Nadie libera a nadie, nadie se libera solo, los hombres se liberan en comunión. El opresor se solidariza con los oprimidos cuando éstos son hombres concretos.
La realidad social no se transforma por casualidad, hay que transformarla a través de la praxis auténtica, es acción y reflexión. Para ello se exige la inserción crítica en la realidad, para que se descubra la opresión.
La pedagogía de los oprimidos pasa por descubrir el mundo de su opresión y se compromete en la praxis con su transformación y una vez transformada pasa a ser de permanente liberación.
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